Antes de leer este cuento y ver su relación con el arte, es necesario situar a Boccaccio dentro de la tradición cuentística.
El Decamerón
Quinta
Jornada - Narración octava
QUINTA
JORNADA – NARRACIÓN OCTAVA
Nastagio de
los Onesti, amando a una de los Traversari, gasta sus riquezas sin ser amado,
se va, importunado por los suyos, a Chiassi, allí ve a un caballero perseguir a
una joven y matarla, y ser devorada por dos perros, invita a sus parientes y a
la mujer amada a almorzar donde está él, la cual ve despedazar a esta misma
joven, y temiendo un caso semejante, toma por marido a Nastagio.
Al callarse
Laureta, así (por orden de la reina) comenzó Filomena:
-Amables señoras, tal como nuestra
piedad se alaba, así es castigada también nuestra crueldad por la justicia
divina; para demostraros lo cual y daros materia de desecharla para siempre de
vosotras, me place contaros una historia no menos lamentable que deleitosa.
En Rávena, antiquísima ciudad de
Romaña, ha habido muchos nobles y ricos hombres, entre los cuales un joven
llamado Nastagio de los Onesti , que por la muerte de su padre y de un tío suyo
quedó riquísimo sin medida, el cual, así como ocurre a los jóvenes, estando sin
mujer, se enamoró de una hija de micer Paolo Traversaro, joven mucho más noble
de lo que él era, cobrando esperanza de poder inducirla a amarlo con sus obras.
Las cuales, aunque grandísimas, buenas y loables fuesen, no solamente de nada
le servían sino que parecía que le perjudicaban, tan cruel y arisca se mostraba
la jovencita amada, tan altiva y desdeñosa (tal vez a causa de su singular
hermosura o de su nobleza) que ni él ni nada que él hiciera le agradaba; la
cual cosa le era tan penosa de soportar a Nastagio, que muchas veces por dolor,
después de haberse lamentado, le vino el deseo de matarse; pero refrenándose,
sin embargo, se propuso muchas veces dejarla por completo o, si pudiera,
odiarla como ella le odiaba a él.
Pero en vano tal decisión tomaba
porque parecía que cuanto más le faltaba la esperanza tanto más se multiplicaba
su amor. Perseverando, pues, el joven en amar y en gastar desmesuradamente, pareció
a algunos de sus amigos y parientes que él mismo y sus haberes por igual iban a
consumirse; por la cual cosa muchas veces le rogaron y aconsejaron que se fuera
de Rávena y a algún otro sitio durante algún tiempo se fuese a vivir, porque,
haciéndolo así, haría disminuir el amor y los gastos. De este consejo muchas
veces se burló Nastagio; sin embargo, siendo requerido por ellos, no pudiendo
decir tanto que no, dijo que lo haría, y haciendo hacer grandes preparativos,
como si a Francia o a España o a algún otro lugar lejano ir quisiese, montado a
caballo y acompañado por algunos de sus amigos, de Rávena salió y se fue a un
lugar a unas tres millas de Rávena, que se llamaba Chiassi; y haciendo venir
allí pabellones y tiendas, dijo a quienes le habían acompañado que quería
quedarse allí y que ellos a Rávena se volvieran. Quedándose aquí, pues,
Nastagio, comenzó a darse la mejor vida y más magnífica que nunca nadie se dio,
ahora a éstos y ahora a aquéllos invitando a cenar y a almorzar, como
acostumbraba. Ahora, sucedió que un viernes, casi a la entrada de mayo,
haciendo un tiempo buenísimo, y empezando él a pensar en su cruel señora,
mandando a todos sus criados que solo le dejasen, para poder pensar más a su
gusto, echando un pie delante de otro, pensando se quedó abstraído.
Y habiendo pasado ya casi la hora
quinta del día, y habiéndose adentrado ya una medía milla por el pinar, no
acordándose de comer ni de ninguna otra cosa, súbitamente le pareció oír un
grandísimo llanto y ayes altísimos dados por una mujer, por lo que, rotos sus
dulces pensamientos, levantó la cabeza por ver qué fuese, y se maravilló
viéndose en el pinar; y además de ello, mirando hacia adelante vio venir por un
bosquecillo bastante tupido de arbustillos y de zarzas, corriendo hacia el lugar
donde estaba, una hermosísima joven desnuda, desmelenada y toda arañada por las
ramas y las zarzas, llorando y pidiendo piedad a gritos; y además de esto, vio
a sus flancos dos grandes y feroces mastines, los cuales, corriendo tras ella
rabiosamente, muchas veces cruelmente donde la alcanzaban la mordían; y detrás
de ella vio venir sobre un corcel negro a un caballero moreno, de rostro muy
sañudo, con un estoque en la mano, amenazándola de muerte con palabras
espantosas e injuriosas. Esto a un tiempo maravilla y espanto despertó en su
ánimo y, por último, piedad por la desventurada mujer, de lo que nació deseo de
librarla de tal angustia y muerte, si pudiera. Pero encontrándose sin armas,
recurrió a coger una rama de un árbol en lugar de bastón y comenzó a salir al
encuentro a los perros y contra el caballero.
Pero el caballero que esto vio, le
gritó desde lejos:
-Nastagio, no te molestes, deja
hacer a los perros y a mí lo que esta mala mujer ha merecido.
Y diciendo así, los perros, cogiendo
fuertemente a la joven por los flancos, la detuvieron, y alcanzándolos el
caballero se bajó del caballo; acercándose al cual Nastagio, dijo:
-No sé quién eres tú que así me
conoces, pero sólo te digo que gran vileza es para un caballero armado querer
matar a una mujer desnuda y haberle echado los perros detrás como si fuese una
bestia salvaje; ciertamente la defenderé cuanto pueda.
El caballero entonces dijo:
-Nastagio, yo fui de la ciudad que
tú, y eras todavía un muchacho pequeño cuando yo, que fui llamado micer Guido
de los Anastagi, estaba mucho más enamorado de ésta que lo estás tú ahora de la
de los Traversari; y por su fiereza y crueldad de tal manera anduvo mi
desgracia que un día, con este estoque que me ves en la mano, desesperado me
maté, y estoy condenado a las penas eternas. Y no había pasado mucho tiempo
cuando ésta, que con mi muerte se había alegrado desmesuradamente, murió, y por
el pecado de su crueldad y la alegría que sintió con mis tormentos no
arrepintiéndose, como quien no creía con ello haber pecado sino hecho méritos,
del mismo modo fue (y está) condenada a las penas del infierno; en el cual, al
bajar ella, tal fue el castigo dado a ella y a mí: que ella huyera delante, y a
mí, que la amé tanto, seguirla como a mortal enemiga, no como a mujer amada, y
cuantas veces la alcanzo, tantas con este estoque con el que me maté la mato a
ella y le abro la espalda, y aquel corazón duro y frío en donde nunca el amor
ni la piedad pudieron entrar, junto con las demás entrañas (como verás
incontinenti) le arranco del cuerpo y se las doy a comer a estos perros. Y no
pasa mucho tiempo hasta que ella, como la justicia y el poder de Dios ordena,
como si no hubiera estado muerta, resurge y de nuevo empieza la dolorosa fuga,
y los perros y yo a seguirla, y sucede que todos los viernes hacia esta hora la
alcanzo aquí, y aquí hago el destrozo que verás; y los otros días no creas que
reposamos sino que la alcanzo en otros lugares donde ella cruelmente contra mí
pensó y obró; y habiéndome de amante convertido en su enemigo, como ves, tengo
que seguirla de esta guisa cuantos meses fue ella cruel enemigo. Así pues,
déjame poner en ejecución la justicia divina, y no quieras oponerte a lo que no
podrías vencer.
Nastagio, oyendo estas palabras, muy
temeroso y no teniendo un pelo encima que no se le hubiese erizado, echándose
atrás y mirando a la mísera joven, se puso a esperar lleno de pavor lo que iba
a hacer el caballero, el cual, terminada su explicación, como un perro rabioso,
con el estoque en mano se le echó encima a la joven que, arrodillada, y
sujetada fuertemente por los dos mastines, le pedía piedad; y con todas sus
fuerzas le dio en medio del pecho y la atravesó hasta la otra parte. Cuando la
joven hubo recibido este golpe cayó boca abajo, siempre llorando y gritando; y
el caballero, echando mano al cuchillo, le abrió los costados y sacándole fuera
el corazón, y todas las demás cosas de alrededor, a los dos mastines las
arrojó; los cuales, hambrientísimos, incontinenti las comieron; y no pasó mucho
hasta que la joven, como si ninguna de estas cosas hubiesen pasado, súbitamente
se levantó y empezó a huir hacia el mar, y los perros siempre tras ella
hiriéndola, y el caballero volviendo a montar a caballo y cogiendo de nuevo su
estoque, comenzó a seguirla, y en poco tiempo se alejaron, de manera que ya
Nastagio no podía verlos. El cual, habiendo visto estas cosas, largo rato
estuvo entre piadoso y temeroso, y luego de un tanto le vino a la cabeza que
esta cosa podía muy bien ayudarle, puesto que todos los viernes sucedía; por lo
que, señalado el lugar, se volvió con sus criados y luego, cuando le pareció,
mandando a buscar a muchos de sus parientes y amigos, les dijo:
-Muchas veces me habéis animado a
que deje de amar a esta enemiga mía y ponga fin a mis gastos: y estoy presto a
hacerlo si me conseguís una gracia, la cual es ésta: que el viernes que viene
hagáis que micer Paolo Traversari y su mujer y su hija y todas las damas
parientes suyas, y otras que os parezca, vengan aquí a almorzar conmigo. Lo que
quiero con esto lo veréis entonces.
A ellos les pareció una cosa
bastante fácil de hacer y se lo prometieron; y vueltos a Rávena, cuando fue
oportuno invitaron a quienes Nastagio quería, y aunque fue difícil poder llevar
a la joven amada por Nastagio, sin embargo allí fue junto con las otras.
Nastagio hizo preparar magníficamente de comer, e hizo poner la mesa bajo los
pinos en el pinar que rodeaba aquel lugar donde había visto el destrozo de la
mujer cruel; y haciendo sentar a la mesa a los hombres y a las mujeres, los
dispuso de manera que la joven amada fue puesta en el mismo lugar frente al
cual debía suceder el caso. Habiendo, pues, venido ya la última vianda, he aquí
que el alboroto desesperado de la perseguida joven empezó a ser oído por todos,
de lo que maravillándose mucho todos y preguntando qué era aquello, y nadie
sabiéndolo decir, poniéndose todos en pie y mirando lo que pudiese ser, vieron
a la doliente joven y al caballero y a los perros, y poco después todos ellos
estuvieron aquí entre ellos.
Se hizo un gran alboroto contra los
perros y el caballero, y muchos a ayudar a la joven se adelantaron; pero el
caballero, hablándoles como había hablado a Nastagio, no solamente los hizo
retroceder, sino que a todos espantó y llenó de maravilla; y haciendo lo que la
otra vez había hecho, cuantas mujeres allí había (que bastantes habían sido
parientes de la doliente joven y del caballero, y que se acordaban del amor y
de la muerte de él), todas tan miserablemente lloraban como si a ellas mismas
aquello les hubieran querido hacer. Y llegando el caso a su término, y
habiéndose ido la mujer y el caballero, hizo a los que aquello habían visto
entrar en muchos razonamientos; pero entre quienes más espanto sintieron estuvo
la joven amada por Nastagio; la cual, habiendo visto y oído distintamente todas
las cosas, y sabiendo que a ella más que a ninguna otra persona que allí
estuviera tocaban tales cosas, pensando en la crueldad siempre por ella usada
contra Nastagio, ya le parecía ir huyendo delante de él, airado, y llevar a los
flancos los mastines.
Y tanto fue el miedo que de esto
sintió que para que no le sucediese a ella, no veía el momento (que aquella
misma noche se le presentó) para, habiéndose su odio cambiado en amor, a una
fiel camarera mandar secretamente a Nastagio, que de su parte le rogó que le
pluguiera ir a ella, porque estaba pronta a hacer todo lo que a él le agradase.
Nastagio hizo responderle que aquello le era muy grato, pero que, si le placía,
quería su placer con honor suyo, y esto era tomándola como mujer.
La joven, que sabía que no dependía
más que de ella ser la mujer de Nastagio, le hizo decir que le placía; por lo
que, siendo ella misma mensajera, a su padre y a su madre dijo que quería ser
la mujer de Nastagio, con lo que ellos estuvieron muy contentos; y el domingo
siguiente, Nastagio se casó con ella, y, celebradas las bodas, con ella mucho
tiempo vivió contento. Y no fue este susto ocasión solamente de este bien sino
que todas las mujeres ravenenses sintieron tanto miedo que fueron siempre luego
más dóciles a los placeres de los hombres que antes lo habían sido.
Este programa de RTVE ilustra muy bien la historia.